De Basel 2009 |
Pues como es costumbre, tenía pendiente escribir mis post anual sobre Basel, ¡claro que sí! Esta ciudad suiza que nos roba un mes de cada año...
Y es lo que le estaba diciendo a Alba: volver a Basilea (perdón por la no-traducción... Basilea siempre resulta más largo y menos descriptivo, por decirlo de alguna manera) es como regresar a la casa de la playa, esa que no pisabas desde hacía un año y en cuyas esquinas se acumulan indolentes las pelusas de polvo... En fin. Así dicho no suena muy alentador, pero pensad en lo que ocurre después de llegar a la casa de la playa: te vienen a la cabeza todos los buenos recuerdos, todas las pequeñas cosas que echabas de menos y ni siquiera se te había ocurrido pensar en ellas el resto del año: aquella heladería del pueblo que hacía los helados más ricos, la esquinita de la playa donde te gustaba tumbarte a tomar el sol...
En Basel hoy no hace sol, aunque tengo que agradecer que la temperatura se mantenga a unos niveles razonables para la ropa primaveral que traigo, pero las cosas son algo por el estilo: retomamos un trabajo que nos espera de año en año (eso siempre es reconfortante), pero que a la vez siempre supone un reto (cosa que resulta imprescindible), reencontramos viejos amigos, (que están aquí o vienen y van, ¡o que vienen a vernos!) y superamos viejos traumas (de caídas, pérdidas, extravíos y demás)...
Además, de año en año vamos mejorando también: éste, por ejemplo, nos alojamos en un verdadero apartamento y no la cajita-cuchitril donde estábamos en años anteriores (aunque para ello hayamos tenido que abandonar el Gundeli, que es un barrio por lo demás con mucha personalidad propia), ¡tenemos cocina! (cosa que nos da más sensación de estar en casa)... Pero vamos, por el resto, todo transcurre plácidamente...
Además, todos los años una se enfrenta a sensaciones parecidas: al principio, da pereza marcharse de Madrid, por supuesto (hacer maletas, recoger y organizarlo todo nunca ha sido lo mío) ; cuando aterrizo en Basel, siempre me alegro de estar de nuevo aquí... Luego comenzamos el trabajo, que por lo general es absorbente y agotador... Así que hace falta una semana al menos para acostumbrarse a esa curiosa sensación de desarraigo de la rutina y rutina nueva, soledad y socialización... Eso es difícil de explicar.
Pero cuando pasa una semana y al cuerpo se le quita el jet-lag imaginario, entonces se recupera en cierta medida la calma, y la verde y setentera Basel, llena de ingenios mecánicos, basiliscos y gigantes de cuento, se convierte de nuevo en nuestra segunda casa.
[Fotos: 1) Crepúsculo sobre el Rín, una tarde cualquiera de junio de 2009 (cosecha propia); 2) La torre del Banco de Pagos Internacionales (pasa lo mismo que con Basilea-Basel, que nosotros lo llamamos BIS cariñosamente), de entre todos, uno de los lugares más familiares para nosotros en Basel; 3) Mi gigante (¿puedo decir que es mío? Si pudiera, me lo llevaría a casa...) del Kannenfeldpark; 4) Nuestro humble abode en Basel, el mío en particular es el que está justo encima del Kaffi Chuchichäschtli (estos suizos, incapaces de ponerle nombre a las cosas sin diminutivizar...), que es donde desayunamos todas las mañanas].